miércoles, 21 de julio de 2010

Las Sierras de Mahoma.






Mientras Montevideo despertaba para festejar una nueva edición del día del Patrimonio nosotros cruzábamos los andenes de la Terminal entre caras adormiladas y algún que otro fumador que daba sus últimas pitadas nerviosas antes del viaje; despachamos el equipaje y subimos al ómnibus que ya estaba listo para salir, mate que va, mate que viene y una charla mas que amena con mis amigos , estábamos felices del reencuentro y ansiosos por llegar a nuestro nuevo destino, las Sierras de Mahoma.En las primeras luces del día me entregué al sueño y desperté cuando entrábamos a la pequeña ciudad de San José de Mayo que también despertaba tan perezosamente como yo, dos campanarios y una cúpula azul se despegaban de la uniformidad de edificios bajos, sus calles estrechas y pulcras me hicieron pensar en lo diferente que es vivir en una ciudad del interior.
Bajamos en la Terminal de ómnibus para marcar los pasajes de vuelta a Montevideo, y para estirar las piernas, algunas personas miraban a los recién llegados alargando el cuello, buscando un rostro conocido, otros ojeaban sus pasaje y el reloj en un movimiento rápido, paquetes y bolsos, pasos apresurados y el olor a gasolina llenaban el andén, sería el último atisbo de urbanidad que veríamos en los próximos días. Seguimos viaje, pasamos nuestra referencia, el pueblo de Mal Abrigo, un conjunto de casitas blancas al costado de la ruta, y pocos minutos después el guarda nos avisaba que debíamos bajar, era el km 126 de la ruta 23, allí nos esperaba Alejandro quien sería nuestro anfitrión, nos presentamos y rápidamente cargamos las mochilas al auto. Poco después llegamos a la posada, la entrada era un lindísimo jardín florido, con palmeras y árboles cargados de frutas, me gustó muchísimo, nos mostró nuestro apartamento, acomodamos el equipaje y luego hicimos una recorrida por las instalaciones, todo muy cuidado y prolijo, el lugar está lleno de animales tan dóciles que sorprende.

Tres de ellos llamaron nuestra atención de inmediato, Maru una cabra africana, Pinta un ciervo axis y Valentina una oveja blanca, poco a poco serían quienes nos harían parte de la paz de aquel lugar, allá lejos había quedado Montevideo con su loco trajín electoral, ahora debíamos bajar las revoluciones, los horarios y las obligaciones son un mito en las Sierras de Mahoma. Nos preparamos para salir a recorrer, compramos agua y nos pusimos un calzado cómodo, chequeamos las cámaras y salimos; recorrimos un camino de tierra por unos 300 metros, siempre teniendo a la vista las impresionantes moles de piedra que se entremezclaban con los árboles achaparrados en el horizonte y que a medida que nos acercábamos se hacían mas impresionantes, al llegar a un pequeño lago con un islote en el medio, doblamos a la derecha y nos topamos con un cartel que rezaba: "Usted va a visitar un lugar único, Las Sierras de Mahoma, un mar de piedra irrepetible en Uruguay, disfrútelo" con un mínimo esfuerzo subimos la pendiente, cruzamos una portera, el aire era mas liviano arriba y se sentía mas calor. Cuando por fin llegamos a la cima tuvimos una idea mas certera del tamaño de las sierras, verdaderamente aquello si que era "un mar de piedra", las habían de todos los tamaños y de las mas variadas formas -...una tortuga...un oso...allí hay una cara...por allá un sol...- nos decíamos, a la vez que tomábamos fotos y descansábamos nuestros pies en el sólido suelo gris. La erosión del agua había creado un singular espectáculo para el deleite de nuestra imaginación, tan singular es este lugar que a sido escenario de varios comerciales como este que semeja el suelo lunar:  http://www.youtube.com/watch?v=1COg3rynitk o este otro que está ambientado en la Edad Media:  http://www.youtube.com/watch?v=zrSYGJzCzzA&feature=related ....nos quedamos un rato solo viendo, luego dimos una pequeña recorrida por los alrededores y regresamos a la posada.

Almorzamos en el patio bajo unos viejos paraísos podados hace poco; Pinta nos hacía compañía y engullía uno tras otro los trocitos de manzana que le dábamos, yendo de uno en uno pidiendo más. Por la tarde volvimos a las sierras queríamos ver el atardecer desde el mirador, todo estaba en calma, algunos buitres planeaban en círculos lentos sobre nuestras cabezas, ¿serán ellos la causa de que no hayan serpientes en las sierras? Las piedras despedían un calorcito reconfortante que contrarrestaba la caída de la temperatura que ya se hacía notar. Casi al oscurecer comenzamos el descenso. Cerca de un alambrado encontramos una cueva, me animé a entrar, el techo era muy bajo, tuve que andar agachado para no golpearme la cabeza, Patricia me pasó su linterna, la atmósfera dentro era diferente, de pronto me dio la sensación de estar invadiendo un lugar sacro, antiguo, las paredes lisas al tacto estaban tibias, y el piso era sólido y seco, pensé que sería un refugio perfecto para algún animal, sin embargo allí no habían indicios de ello, ni pelos, ni hojas, ni nada, estaba muy limpio; la cueva se continuaba por un galería estrecha, pero no quise tentar la suerte, ¿habrían vivido indígenas en ella? me pregunté, sabíamos si, que una tribu de Guenoas estuvo asentada en las sierras hace casi doscientos años, de cuyo cacique, llamado Homa, deriva su nombre.

La respuesta la tuve al día siguiente cuando Alejandro nos dijo que en ella se encontraron algunas armas y utensilios guenoas, que pudimos ver expuestos en la posada. Desandando el camino nos topamos con una pareja de zorros grises, ya antes los habíamos oído, emitieron un gañido agudo que había llamado nuestra atención, estos caminaban por nuestra izquierda, sin demostrar temor alguno, les arrojamos unas galletas que tomaron sin dudarlo, se acercaron un poco y pudimos verlos mejor, eran como un perro pequeño, con grandes orejas que enmarcaban un hocico fino y con una graciosa mancha negra en la punta de la cola, poco después desaparecieron entre los arbustos. Cuando llegamos a la posada era de noche, empezamos con los preparativos para la cena, que como acostumbramos sería un asado con papas. Nos costó encender el fuego, la leña parecía húmeda y los diarios que Mauricio, el hermano de Alejandro, nos había dado se nos terminaron rápidamente; fue un trabajo en equipo, mientras grapa que va grapa que viene se encendió el fuego y eso nos hizo olvidar el frío serrano.

La carne estaba en la parrilla y acercamos los asientos al fogón. Qué mística tan particular tiene el fuego!,,es origen de los mas diversos vínculos, otra vez se me cruzaron por la mente los antiguos pobladores de aquellos parajes, habrían planeado guerras y alianzas con otras tribus, quizás oían relatos de tiempos remotos de la boca de los ancianos, habrían bailado y reído, ingerido infusiones y fermentos, todo en torno a un fogón, tal y como nosotros nos encontrábamos en aquél momento. Mientras se hacía el asado, charlábamos de la vida, de los sueños y proyectos, y hasta creo que en algún momento arreglamos un poco al Mundo. Cuando ya estuvo listo, nos servimos un vinito y comimos, Maru fue quien nos vino a visitar esa noche, hacia piruetas arriba de una mesa para alcanzar un brote de paraíso, era gracioso verla empecinada en su inútil empresa, en eso decidimos dar una caminata nocturna por las sierras. El cielo tenía algunas nubes y el frío era intenso, nos abrigamos y salimos. Reinaba un silencio sepulcral, solo se oían nuestros pies en el camino de balastro, la luna delataba algunas piedras incrustadas en el monte, llegamos al pequeño lago donde nos detuvimos y observamos el inmenso cielo buscando alguna constelación conocida. Todos recordamos algún episodio de la infancia cuando algún mayor nos señalaba ,como algo sorprendente, cuales eran las tres marías o la cruz del sur o las siete cabritas, se ve que cuando somos chicos siempre tenemos un tiempito extra para mirar el cielo nocturno, lástima que de grandes no lo hagamos tan seguido, es muy lindo. Volvimos a la posada, mañana Alejandro nos llevaría de recorrida.
Milagrosamente fui el primero en levantarme, puse el agua a calentar para el mate y poco a poco mis compañeros de viaje se iban levantando, la vista desde la ventana no era muy alentadora, en cualquier momento se venía la lluvia. Alejandro nos avisó que debíamos salir antes del medio día porque estaba anunciado que efectivamente llovería, hicimos un desayuno rápido, preparamos las mochilas, agarramos el mate y salimos.

Cuando llegamos a la falda de la sierra dejamos las mochilas colgadas de un árbol, para poder entrar a las cuevas, para nuestra sorpresa sería la que habíamos visitado la noche anterior, de día había cambiado completamente, las paredes eran de un color gris, granito, yo había estado apenas en la entrada antes, la cueva se extendía por una galería estrecha que pasamos con cierta dificultad, sorteando algunas salientes, unos metros mas adelante se veía luz, debímos subir una piedra en forma de "V" para salir a un claro en el monte, a los costados la vegetación era densa y el piso tenía una gruesa capa de hojas que cedían bajos nuestros pies, el camino estaba marcado por grandes piedras, que parecían sostener todo, en su superficie tenían adheridas infinidad de líquenes, algunos árboles contorneaban sus troncos entre sus grietas, y éstos a su vez sostenían en sus ramas una serie de orquídeas salvajes que se bamboleaban a nuestro paso. A cada rato se enganchaban de nuestras ropas las "uñas de gato", enredaderas con espinas muy filosas que estaban a la orden del día. Alejandro nos iba mostrando y nombrando los diferentes tipos de plantas que hacen de las sierras un crisol de los mas diversos verdes; una planta que llamó mi atención fue la congorosa, cuya infusión reduce el colesterol, así como también habían tunas, guayabos, arueras, canelones, claveles del aire amarillos y helechos, que son los nombres que recuerdo.

El entorno es de aspecto selvático de no ser por la baja temperatura sería difícil de creer que aún estábamos en Uruguay. Avanzábamos despacio tanteando el suelo antes de pisar y con los ojos bien abiertos para no quedar enganchados en ninguna rama o apoyarnos en alguna tuna, en un momento salimos del monte solo para ingresar a otro sendero que nos llevaría a una segunda cueva; ésta era mas grande que la anterior, incluso podíamos entrar parados, el techo y las paredes eran grandes bloques que se sostenían los unos a los otros pesadamente, el piso no era horizontal y estaba formado por dos piedras encontradas en un ángulo obtuso, por el cual corría un hilo de agua que se colaba desde las dos grandes aberturas, encharcándose en algunos sitios, en el fondo estaba la salida, a ésta le seguía una pequeña terraza desde donde se podía divisar el lago. Para ese entonces la llovizna era intensa y nos golpeaba fuerte en la cara; a nuestra izquierda bajando un par de metros Alejandro nos mostró la entrada al "pozo", nos animamos y agachándonos ingresamos a la galería, que tenía espacio solo para una persona a la vez, a medida que avanzábamos el espacio entre el techo y el suelo se reducía cada mas y mas, hasta el punto que debimos reptar para seguir, la cueva se continuaba por unos tres metros en los cuales mis codos me fueron muy útiles, no apta para claustrofóbicos fue una experiencia alucinante, salimos por una pequeña abertura entre tres grandes piedras redondeadas, donde nos esperaban los demás para proseguir la marcha.

Continuamos flanqueando un monumental bloque de aproximadamente cinco metros de altura, hasta llegar a una última cueva en la cual debimos balancearnos de una rama para ingresar; era oscura y húmeda, desde el suelo se levantaban unas extrañas plantas de tallo vertical y sin hojas con un bulbo en la punta, salimos por el lado opuesto. Bajo una llovizna pertinaz nos tomamos unos mates que medio nos templaron el espíritu, y comenzamos el ascenso al mirador, lo bueno de éste grupo es que nunca parecemos desanimarnos por mas adversa que sea la situación, desde allí ingresamos a un sendero señalado con marcas amarillas, Alejandro nos iba mostrando las curiosas formas de las piedras, el perfil evidente de un águila, un círculo de piedras, una mancha en una de las rocas de forma humana, un puma al acecho, bueno de todo. Me sorprendieron dos formaciones, una de ellas una piedra redondeada en equilibrio, que se apoya sobre otra en un mínimo contacto, la otra formación son en realidad cinco bloques de unos tres metros cada uno que semejan los dedos de una mano, y es llamada "la mano de Mahoma", de no ser una creación de la madre naturaleza el escultor chileno Mario Irarrazábal creador de los dedos de Punta del Este, hubiese tenido que enfrentar una demanda por plagio.

Bajando por una quebrada pasamos un pequeño arroyito para ver un árbol en cuyo tronco parece tener una vena que lo recorre cuan largo es, y también pudimos ver los lugares favoritos para anidar de los buitres, entre las piedras. Se nota en Alejandro un gran orgullo por aquél lugar y la abnegación con que lo cuida es admirable. Las sierras son una maravilla natural y todos sus rincones poseen historias increíbles, desde las tribus guenoas, pasando por los soldados de Aparicio Saravia, hasta un excéntrico italiano, encontraron en ellas un lugar donde refugiarse por diversas razones y en distintos momentos. No puedo entender a las personas que dejan botellas de plástico tiradas o a los cazadores furtivos que arremeten contra los ciervos y las mulitas que allí habitan, somos parte de un mundo contradictorio.



Bajamos por la falda posterior de las sierras y tomamos el camino hacia la posada, esa sería nuestra última visita al "Mar de Piedras", al llegar Alejandro nos encendió la estufa para que nos secáramos, y se despidió de nosotros, a las seis y media pasaría por la ruta nuestro ómnibus hacia Montevideo. Nos despedimos de Pinta que andaba en la vuelta y dejamos la posada atrás con la promesa de volver alguna vez.

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